martes, 15 de julio de 2014

La noche fría


La noche fría de invierno se asemeja a la espera de esas mujeres, las cuales desveladas aguardaban por su amor, que se encontraba en la guerra, con el temor y el dolor de no saber si regresarían…
El silbido del viento, el gris, el vapor del café dibujando imágenes ausentes, en el tiempo que no espera, y amenaza con acelerar las agujas del reloj,  herrumbrado bullicio retumbando
en los tímpanos que ensordecen para no oír el sonido de las bombas, el amanecer de la muerte.
El sonar del timbre en la puerta, una entrega,  una bandera simbolizando esa pérdida, que se transforma en desesperanza y desolación para ese corazón, que cada noche rogó por su regreso.
La noche fría de invierno se asemeja al claustro de un convento, donde los sueños de amor quedan ahogados por rezos, y esos labios atemorizados que jamás sabrán como saben sus besos, su húmeda y sedosa lengua dentro de la tibia boca, esas caricias con aroma a masculinidad, su firmeza, su rudeza, su sexualidad, tantas veces reprimidos los deseos, los gemidos, los te quiero.
La noche fría de invierno se asemeja a tu lejanía, a mi impaciencia por saber de ti,  como saben tus abrazos en  la voluptuosidad de tu cuerpo, en el candil de tu mirada, en el regazo de tu silencio, aguardando por la rendición de las pasiones.
 Siempre tuya, tan mío, solo nuestro, como ese dolor que sofoca apretando el pecho por el frenesí reservado solo y para ese instante en que nuestras almas se alcancen más allá, de los latidos, tu boca, mi cuerpo, nuestros deseos…
La noche fría se asemeja a ti, a mí, amor de mis silencios descifrando los cristales en los diamantes que el cielo dibujara para nuestros embelesos, yo pensándote, y tú, solo siendo ilusión, tormentosa y desgarradora que me aprisiona…




Amelia Orellano Bracaccini




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