La
noche fría de invierno se asemeja a la espera de esas mujeres, las cuales
desveladas aguardaban por su amor, que se encontraba en la guerra, con el temor
y el dolor de no saber si regresarían…
El
silbido del viento, el gris, el vapor del café dibujando imágenes ausentes, en
el tiempo que no espera, y amenaza con acelerar las agujas del reloj, herrumbrado bullicio retumbando
en los
tímpanos que ensordecen para no oír el sonido de las bombas, el amanecer de la
muerte.
El
sonar del timbre en la puerta, una entrega, una bandera simbolizando esa pérdida, que se
transforma en desesperanza y desolación para ese corazón, que cada noche rogó
por su regreso.
La
noche fría de invierno se asemeja al claustro de un convento, donde los sueños
de amor quedan ahogados por rezos, y esos labios atemorizados que jamás sabrán
como saben sus besos, su húmeda y sedosa lengua dentro de la tibia boca, esas
caricias con aroma a masculinidad, su firmeza, su rudeza, su sexualidad, tantas
veces reprimidos los deseos, los gemidos, los te quiero.
La
noche fría de invierno se asemeja a tu lejanía, a mi impaciencia por saber de
ti, como saben tus abrazos en la voluptuosidad de tu cuerpo, en el candil
de tu mirada, en el regazo de tu silencio, aguardando por la rendición de las
pasiones.
Siempre tuya, tan mío, solo nuestro, como ese
dolor que sofoca apretando el pecho por el frenesí reservado solo y para ese
instante en que nuestras almas se alcancen más allá, de los latidos, tu boca,
mi cuerpo, nuestros deseos…
La noche
fría se asemeja a ti, a mí, amor de mis silencios descifrando los cristales en
los diamantes que el cielo dibujara para nuestros embelesos, yo pensándote, y
tú, solo siendo ilusión, tormentosa y desgarradora que me aprisiona…
Amelia
Orellano Bracaccini
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