Hoy te vi con tu sonrisa
mañanera, me miraste y sonreíste creando una ilusión un halo de protección en
tus labios los cual mire, los observe mientras contagiabas tu alegría con esa
mirada picara que solo la tienes tú, hice como si no te viera bajando la vista
al instante en que mis mejillas ardían de manera acalorada, me hablaste con tu ingenuidad
aparente me dijiste: - te sigo leyendo, y las palabras se atolondraron en su
impaciencia por salir y solo dibujaron un, -gracias, camine el regreso a casa
con una pregunta en mi mente:-¿Qué leyó? -¿Por qué dije gracias?
Nuevamente desciendo a mi
realidad y su recuerdo tan lejano viene adueñarse de todo, él, que nunca está
que todo lo tiene en mí, sin tener, en su vacío de cristal todo me lleva hacia él,
a sus ausencias, rebanadas de tiempos migajas
compartidas.
Le dije: - hola, a la misma hora
en que asumía su presencia en otros -holas, y mis tímpanos de silencios
escucharon atentos la voz de la nada.
Su voz se pierde en el mar, un
tapiz de diamantes azules separa nuestras manos y nos aleja cada vez más.
Sus ecos no me alcanzan aun ruborizándome
porque siempre estará su presencia ahogándome en lo más hondo, seré por siempre
una eterna suicida del amor, porque mi
mirada me dirige a lo lejos, hacia su tierra mágica y los demás solo recibirán ese gesto
inexplicable casi hipócrita y mentiroso.
Pero lo cierto es que tres
palabras lograron por un momento que no pensara en él, y pude sentir la tibieza
de otras voces acariciando mi alma…
Amelia Orellano Bracaccini
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